miércoles, 28 de marzo de 2007

Gol en contra.

Yo debo estar meado por los perros. ¿Qué digo por los perros? ¡Por los dinosaurios! ¡Me pasan todas, viejo! A veces creo que soy víctima de una gran joda universal. Yo sé que suena exagerado, pero si supieran todo lo que me pasa, pensarían igual que yo.
Voy a intentar ser claro y ordenado. Los planetas se alínean, se parapetan, se movilizan para que las cosas no salgan como las intento. Más bien, para que salgan todo lo contrario. Porque yo sé que hay cosas que les pasa a muchísimas personas. Pero todas juntas, sólo a mí. Quiero decir: yo voté a De la Rúa porque no quería, bajo ningún concepto, tener de presidente a Duhalde. No me cae bien y aunque no era admirador ni seguidor del "Chupete", me parecía la opción más potable para esquivar la presidencia del "Cabezón". Pero una cosa es perder la elección (es decir: voto por tal candidato para que no gane tal otro, y no alcanza) y otra es ganar la elección para tener de presidente, al cabo de dos años...al que no queríamos de presidente. Pero supongamos que eso no cuenta, es una injusta vuelta de la vida, no me pasó a mí solo, le pasó de hecho a la mayoría de los argentinos. Ok. ¡Pero me pasa siempre!
Yo usaba diferentes programas de computadoras para mi trabajo. Soy diseñador gráfico. Por esas cosas que lindan más con lo romántico que con lo activista, intentaba arreglármelas sin consumir productos de las grandes corporaciones. Entonces, usaba FreeHand, un producto de Macromedia, que sirve para hacer dibujos y diseñar. La gente de Macromedia me parecía más modesta que la de Adobe, que siempre me resultaron tan grandilocuentes. También usaba el WordPerfect, un procesador de textos que tenía todo lo que yo necesitaba. Para componer las páginas utilizaba un programa buenísimo: el PageMaker, de Aldus. Para cargar tipografías (en mi Mac, para no usar una PC con Windows), había encontrado un programita súper efectivo desarrollado por gente de Diamond Soft: el FontReserve, en lugar del clásico soft de Extensis. De esta manera, hacía mi laburo, evitando llevar agua a los molinos de los grandes. Nada de Microsoft, nada de Adobe, nada de Corel, nada de Extensis. Bien, la moda del poderoso que compra al pequeño talentoso o lo que cuerno sea, hicieron desastres sobre mis principios. El WordPerfect fue comprado por Corel. El PageMaker fue comprado por Adobe. Y el FreeHand, y todo Macromedia también fue absorbido por Adobe. El FontReserve y todo Diamond Soft fue comprado por Extensis... Así que ahora estoy usando las marcas que ellos quieren que use...
Con los teléfonos me pasó algo similar.
Me tenía que comprar un celular y las opciones eran dos: Movicom, todopoderoso, marca fuerte, etc., y Miniphone, una simpática compañía que quería renovar el juego de la compañía celular. Opté por ésta última, que después dividió a sus clientes entre Personal, de Telecom, y Telefónica. Me tocó Telefónica. Que tiempo después adquirió a... Movicom. Y terminé en la estructura de Movicom, nomás.
Tengo más ejemplos.
Vivía en un edificio al que llegaban dos compañías de televisión por cable: Multicanal y VCC. Yo tenía una mala experiencia en Multicanal, así que decidí utilizar VCC. Al tiempo VCC fue adquirida por Multicanal y Cablevisión. En el reparto, me tocó, obviamente, Multicanal. Me dí de baja y me aboné a Cablevisión. ¡Pero ahora Multicanal compró a Cablevisión!
En serio, ¿me lo están haciendo a propósito?

Leer Completo


domingo, 11 de marzo de 2007

Destinos cruzados.

Él se levantó temprano, ansioso. Estaba de buen humor desde el día anterior. Fue al baño, se miró al espejo y decidió afeitarse. Nunca se afeitaba los sábados, pero éste era un sábado especial. Se recortó el bigote, emprolijó la barba candado y se quitó las patillas. Estaba exultante.

Ella se despertó agotada. Había trabajado muy duro la noche anterior. No tenía planes para ese día. De vez en cuando, le gustaba dejarse el día libre y decidir sobre la marcha. Se desperezó una vez más antes de ponerse en movimiento. Cuando salió a la calle, notó que el cielo estaba muy limpio y el sol entibiaba la mañana.

Él salió a comprar medialunas y el diario. Volvió y preparó el desayuno para toda su familia. Se sentía como un chico la noche de reyes, Contaba los minutos que le faltaban para la tarde. Después del desayuno se quedó leyendo el diario. Tardó más de lo habitual porque no podía dejar de imaginarse una tarde gloriosa. Fantaseaba no sólo con volver intacto sino también con ser la figura de la cancha. Con romperla y que todos lo feliciten. Nunca creyó demasiado los argumentos de los futbolistas sobre la falta de competencia. Él hacía tres años que no jugaba, pero se sentía pleno.

Ella recorría la ciudad con la mirada perdida. Atribulada por pensamientos confusos, su andar denotaba desgano, desidia, falta de fe. Se alegró de no haber planificado nada para ese día, porque cuando estaba así el fastidio la llevaba a cometer errores y hacer algunos desastres. Miraba a la gente a su alrededor para tantearla. Estaba eligiendo, aunque miraba sin mirar. Para estas cosas, siempre prefería dejarse llevar por la intuición.

Él almorzó livianito. Una ensalada, un agua sin gas y una banana. El potasio de la banana era el combustible de sus energías. Le preguntó a su hija si quería ir con él al partido. Ella nunca lo había visto jugar al fútbol; tenía seis años. Ella le recordó que tenía el cumpleaños de una amiga de la escuela. Él asintió y despejó rápidamente lo que pudo ser un dejo de tristeza repentina. No importaba. El sábado siguiente seguramente podría verlo jugar.

Ella posó los ojos sobre un muchacho que hablaba por celular completamente exaltado en una plaza. Profería insultos y gritaba. Lloraba de rabia. Le juraba a su interlocutora que prefería morirse a vivir el resto de sus días sin su compañía. Pero no lograba torcer su voluntad. Ella se acercó lentamente. Una suave brisa le trajo el aroma de su perfume. Lo miró a los ojos. Pensó en besarlo. Pero desistió. No, no era él a quien estaba buscando. Lo dejó hundido en sus lamentos y siguió su camino. Aún percibía con claridad que encontraría lo que había salido a buscar.

Él no tuvo que seleccionar el vestuario: estaba de estreno. Camiseta, pantalón y medias al tono y botines último modelo. Todo comprado en las últimas horas, para hacer más digno el regreso al fútbol. Se vistió despacio, disfrutando, retrasando cada momento para saborearlo. Luego preparó el bolso. No recordaba otro instante así en sus treinta y dos años, desde el día del nacimiento de su hija. Ese día, mientras su mujer iniciaba el trabajo de parto y el obstetra le pidió que se prepare para entrar al quirófano, no lo hizo apurado ni nervioso. Se puso cofia, pantalón, camisa, guantes y protectores para los pies con total calma. Y después extendió el tiempo de placer durante el nacimiento. Estaba seguro de que en esta ocasión, salvando las distancias, tendría sentimientos similares.

Ella bordeó el parque y llegó hasta el cementerio. Tuvo ganas casi instintivas de entrar, pero se abstuvo. Cruzó hacia el otro parque y se instaló cerca de la plaza infantil. Observó a los chicos que jugaban bulliciosamente. Observó a las madres. Observó a los padres. Creyó ver en una de las madres una señal. Era una mujer de pelo rojo intenso, que fumaba compulsivamente. Ella la observó un tiempo, y se dijo que en otro momento la hubiera elegido sin dudar. Pero no ese día. Ese día necesitaba otra cosa, aunque no pueda precisar qué. Siguió buscando.

Él llegó finalmente a la cancha. El calor subía por el piso de cemento y bajaba por el tinglado, haciendo imposible respirar con comodidad. Él hizo un pequeño precalentamiento. Estaba nervioso. Se formaron los equipos y comenzó el partido. La primera pelota que tocó, fue después de un pique intenso de punta a punta de la cancha. Logró patear algo despatarrado y la pelota se fue lejos del arco. Sintió que no podía correr más. Inclinó su torso hacia adelante, formando un ángulo recto con sus piernas, con las manos haciendo sostén en sus rodillas. El aire que recibía su cuerpo era escaso. Se maldijo. Le consultaron si estaba bien y asintió, mintiendo que estaba cambiando el aire. Pero el aire seguía negándose a oxigenar sus pulmones.

Ella llegó al último parque y cruzó la avenida. De repente, la señal que estaba esperando llegó. Ahora sintió con claridad hacia dónde debía ir. Una viento espeso y caluroso le recorrió el cuerpo. Encaminó sus pasos hacia donde su instinto le indicaba. Interiormente, sentía la satisfacción de quien sabe que una vez más cumplirá con lo planeado. Aunque ese plan haya sido carecer de él para dejarse llevar por el azar. El azar ya había jugado sus cartas. Ahora le tocaba jugar a ella.

Él no pudo nunca recuperarse del pique inicial. El resto del partido estuvo impreciso y lento, apenas sostenido por una motivación y un orgullo que le impidieron retirarse del juego. Al final del partido, se quedó a un costado en cuclillas, preocupado. Se le acercaron dos o tres a preguntarle si estaba bien, pero él se excusó con el calor, el tiempo que llevaba sin correr y cosas por el estilo. Sin embargo, sabía que algo andaba mal, aunque también sospechaba que su enfado estaba provocando esto.

Ella sentía que sus pulsaciones se aceleraban a medida que se acercaba. No son muchas las veces que sale tan decidida a buscar a alguien sin saber quién es. Pero nunca le había fallado la corazonada. Y esta vez tampoco.

Él se sentó a la mesa con todos. Una mesa de catorce personas. Pidieron algunas bebidas. Comentaron el partido, las jugadas, los mejores y peores jugadores del encuentro. Todos hablaban y reían animadamente, y tal vez por eso nadie advirtió que él estaba poco a poco desvaneciéndose.

Ella entró al bar y observó la mesa numerosa. Miró a cada uno de los integrantes. No tuvo dudas y se acercó a él, que seguía respirando con dificultad. Lo tomó suavemente del rostro y lo besó profundamente en la boca. Él se ladeó hacia la derecha y se desplomó inherte. Ella se hizo a un lado y todos los presentes, asustados y confundidos, lo rodearon. Los más rápidos de reflejos notaron que tenía los ojos hacia atrás y comenzaron a llamar a la ambulancia. El terror se había instalado en el bar y se temió lo peor. La ambulancia llegó cuando nada se podía hacer. Intentaron todas las formas de reanimación pero no lo lograron. Le diagnosticaron muerte súbita. Y ella, la Muerte, sonrió satisfecha.

Leer Completo