jueves, 1 de febrero de 2007

Llegó con olor a otro.

Llegó con olor a otro. Se me está acelerando el pulso y no puedo pensar. ¿Tengo que pensar? ¿Tengo que actuar? Ella me habla como siempre y temo que mi cara me delate. No escucho lo que me dice. La veo, como en una película, hablando en cámara lenta, lejos, mientras la sangre me hierve el cerebro. ¿De dónde conozco ese olor? ¿Conozco ese olor? Pasan millones de imágenes por mi cerebro. ¿Adónde me dijo que iba a ir hoy a la salida del trabajo? La furia me invade lenta pero sostenidamente. Ella lo nota, pero sigue hablando de no sé qué cosa. Creo que eligió el camino de la indiferencia. Yo aún no sé qué camino tomar, pero me estoy exponiendo. Es un círculo vicioso. No quiero mostrar enfado, al menos por ahora, pero me está cegando este sentimiento desconocido de celos y odio, tal vez traición. Esta vulnerabilidad me produce además un enorme enojo conmigo. Necesito serenarme. Seguramente tiene una explicación. Ese olor a hombre que tiene mi mujer, ese olor a un hombre que no soy yo que tiene mi mujer seguramente tiene una explicación. Me dirá algo simple, creíble, algo que no estoy viendo porque ya no puedo ver. No puedo ver, y esa debilidad es su fortaleza. En esta situación, cualquier cosa que diga podría convencerme. O peor aún: cualquier cosa que diga, aunque diga la verdad, ya no va a convencerme. Siempre es peor la verdad que uno se inventa que la misma realidad. Quiero gritar, pero me estoy ahogando. Siento que se me enrojece la cara, me tiemblan las manos, transpiro fría y nerviosamente, pierdo el control. Estoy intentando compostura para hacerle la pregunta. ¿Pregunto o afirmo? Ella tiene olor a otro, no es una idea mía. ¿Se lo sugiero, se lo comento como al descuido? La bronca es mala consejera y sé que ella va a responder con frialdad y precisión. Tal vez, hasta ensayó una o varias respuestas. Ella tiene ventaja, pudo anticipar esta situación y planear varias alternativas, como en una partida de ajedrez. Yo me voy a mover por instinto, voy a improvisar, y ella va a apabullarme con sus argumentos estudiados, esgrimiéndolos razonablemente, para hacerme trastabillar. Pero yo tengo que mantenerme firme y no creerle. ¿Y si dice la verdad? ¿Le tengo que creer? ¿Le quiero creer? ¡Si pudiera poner una pausa, parar la pelota, enfriar la cabeza! Tal vez sea lo mejor. Hacer como si nada. Pasar la noche. Ganar tiempo para pensar. Incluso, buscarla esta noche. Provocar la situación de un encuentro sexual esta noche. Cambiarle el partido. Forzarla a ella a improvisar, a que pise el palito, a que se entregue sola. ¿Y si no se niega? ¿Y si juega a fondo y pretende tener sexo conmigo a pesar de haber tenido sexo con otro tipo? Para ella no sería muy difícil. Incluso puede que ése sea su plan. Un buen plan. La coartada perfecta. Aunque en ese caso, el olor del otro tipo se haría evidente. ¡Maldición! Sigue hablando, casi diría con exagerada cordialidad. Sigue contándome su día con un buen humor impropio de ella a esta hora. Está forzando mi mal humor, lo presiento. Está queriendo que eche humo y rompa esta situación amena –aparentemente amena, ficticia y descaradamente amena- para luego endilgarme que ella vino bien, que llegó de buen humor y que soy yo el que está mal. Otro posible argumento: de ahí al “siempre estás de mal humor” hay tan sólo un paso. Es casi una justificación para acercarse a otro. Es como un pase, una credencial: no lo hizo porque sí. Después podremos discutir largo y tendido sobre los motivos subyacentes, arribar a la obvia conclusión de que los dos somos culpables, que no supimos plantear nuestros problemas dentro de la pareja y demás. Pero ella trocará el desliz en una justificada salida desesperada. Y entonces ya no habrá entonces. De repente, me asalta otra duda: ella no llegó con olor a otro por error, porque no tuvo tiempo de quitárselo o porque me subestimó. Ella lo hizo a conciencia. Está provocando esta situación. Quiere blanquearla: quiere dejarme. Ahora, mientras pienso esto, un dolor agudo me oprime el pecho. No puedo, por mucho que me esfuerce, evitar que mis ojos se humedezcan. Los aparto de ella, para intentar reestablecerme, pero pienso que me va a dejar y se me cierra la garganta. Llegó con olor a otro porque ya no le importa. No tiene nada que ocultar. Por el contrario, quiere terminar conmigo, que en definitiva es lo que le molesta. ¿Está enamorada? ¿Lo conoce hace tiempo? ¿Lo conozco? Estoy haciendo grandes esfuerzos por intentar encontrar en el tiempo reciente, o no tan reciente, algún indicio, alguna pista que me indique cuándo sucedió, cómo sucedió. No logro pensar con claridad y poco a poco la furia incial va convirtiéndose en tristeza. La miro, y comienzo a sentir que se me escapa, que se me desarma la vida. Pasado y futuro, pero sobre todo presente. ¿Estoy extrañándola? ¿Estoy conversando con ella por última vez? Me siento un estúpido, y me digo a mí mismo que lo merezco. A esta altura ya no sé qué prefiero. Si la furia y la sinrazón de los celos por una aventura, breve o no, pasajera o no, pero aventura al fin, sin pretensiones de relación seria, sin sentimientos de estabilidad; o la tristeza profunda, infinita, terrible y demoledora de saber que la he perdido. De una u otra manera, soy incapaz de actuar. Me paraliza tanto el odio como el miedo. Nunca fui un tipo impulsivo, pero evidentemente, esta vez, pensar no me sirvió de mucho. Apenas si puedo respirar, y todo lo que ingresa en mi organismo es su olor, el olor a otro, envenenando mis pulmones. Ella terminó de cenar y yo no probé bocado. Tampoco creo que pueda dormir.
28 de Marzo de 2005