miércoles, 7 de febrero de 2007

Exequias de un amor.

-Ahora que lo pienso, me cayó mal, muy mal lo que me dijiste. ¿Quién te creés que sos para juzgarme? ¿Mi mamá? ¿Qué digo mi mamá -ni a ella le permitiría una cosa así-, te creés el Amo Supremo del Universo, la Reina de la Justicia? ¿De dónde saliste? ¡Pero por favor! ¡Qué falta de memoria! ¡Eso! ¡Eso! ¡Qué desmemoria! ¡Con qué tupé te adueñás de la situación y pretendés evaluarme como si alguien te hubiera bendecido con la santa lucidez del Universo! Mirá vos... Tan modosita siempre, tan ubicadita, tan mosquita muerta. "Esa chica es un regalo del cielo". "Esa chica transmite paz". "Esa chica es muy correcta". ¡Cómo nos engrupiste a todos! ¡Cómo nos vendiste una imagen, nos hiciste comprar tu personaje con vaya a saber uno qué método estudiado de marketing directo! Pero claro, tarde o temprano se descascara la pintura, se llega a la verdad de la milanesa. Pero ahora sonaste, ¿eh? No te quedan más recursos. Fuiste. Se te cayó el antifaz. Ahora vas a tener que inventar algo porque tus días de engaño terminaron. Y no soy yo el único que lo pienso, ¿eh? No soy el único. Estoy seguro de que si preguntás, todos piensan lo mismo. Lo que pasa es que te tienen miedo. No sé por qué pero te tienen miedo. Pero yo no, ¿eh? Yo no. Yo te hago frente porque no te tengo miedo a vos ni a nadie. ¡Vos me tendrías que tener miedo a mí! O por lo menos un poco más de respeto. ¿Cómo me vas a decir una cosa así? ¿Cómo? ¡A mí! ¡Con todo lo que hice por vos! Tendrías que pensar antes de hablar. ¡Eso tendrías que hacer! Pero no, claro, total... ¡Nunca hay consecuencias, ¿no?! La señora puede venir y decir lo que quiera que total es impune. Nadie le dice nada. Nadie le puede hacer nada. Ella habla, pide, exige, y todos corremos para satisfacer sus necesidades. Pero esto no va a quedar así. ¡No señor! ¡No señor! Mirá, esto no te lo iba a decir, pero ahora te lo cuento porque tenés que enterarte: si ellos te quieren, si ellos sienten afecto por vos, si te hacen regalos, si te tratan bien, es por mí. Y deberías saberlo. Deberías haberte dado cuenta. Yo les hablé maravillas de vos. Los fui trayendo de a poco, los fui acercando, les abrí los ojos para que te miraran y admiraran. ¿Para qué? ¿Para que me pagues con esta moneda? ¡Sos muy ingrata! Muy injusta. Primero pensé que estabas haciendo una broma, porque asomó a tus labios una sonrisa. ¡Sos tan linda cuando sonreís! Se te iluminan los ojitos... Tu sonrisa dibuja una mueca levemente inclinada hacia la izquierda, y esa asimetría le da a tu cara una belleza que no tiene parangón. Confieso que a veces me quedo mirándote sonreír y me transporto a otra dimensión. Viajo a otra galaxia. Y pienso que es tu sonrisa la que provoca que se despeje el cielo. Es tu sonrisa la que aclara el día. ¡Pero no! Me decís que no es broma. ¡Y te reís! ¡Te reís! ¿De qué te reís? O mejor dicho, ¿de quién te reís? ¿Te reís de mí? Perdoname, ¿te estás riendo de mí? ¿Qué es lo que te causa tanta gracia? ¿Hacerme sufrir? Porque de otra manera no se entiende esa sonrisita sádica que esbozás, torciendo la boca levemente hacia la izquierda, que te da ese semblante típico de malsana, de mina retorcida. Mirá: yo no voy a dejarme castigar, ¿eh? No te voy a permitir disfrutar con tu aventura de dolor ajeno. Buscate a otro. Hay miles. ¡Miles! Gente a la que le encanta sentirse humillada, desprotegida, doblegada. Pero yo no. Y te digo esto porque espero que te retractes. Aunque no lo creas, aún tengo esperanza, aún me queda algo de fe. Pienso que tal vez puedas reflexionar y retirar tus dichos. Por mí está bien. En serio. Si decidís echarte atrás contás desde ya con mi apoyo. Y mi perdón. Y mi indulto. Y aquí no ha pasado nada. De verdad. Para que veas que estoy lleno de buenas intenciones. ¡Si yo siempre te perdono! ¿O no? ¿Te acordás cuando te mostré los trabajos que había hecho y vos me los destrozaste? Estuve un poco agresivo, es cierto, lo reconozco. ¡Pero vos me destruíste! Por ahí yo estaba un poco sensible, o no estaba lo suficientemente abierto o dispuesto a recibir críticas, pero las tuyas fueron lapidarias. Y sin embargo, nunca podrás decir que quedaron sentimientos de rencor en mí. Nunca podrás reclamarme por un encono duradero. Vos sabés que cuando exploto es sólo éso: un estallido y nada más. No me quedo revolviendo basura para ver qué saco, con qué te ataco, cómo contragolpeo. Blasfemo un poco al aire y en seguida se me pasa. Me gusta tratar bien a la gente, pero con vos es más que especial. Y cuando me tratás bien, yo entro en un estado de babia infinito. Cuando me hablás mirándome a los ojos, dulcemente, como susurrando, concentrás toda mi atención. Y por dentro pienso "Ojalá me siga hablando, ojalá que no se termine nunca esta conversación". Y confieso que en ese momento podés pedir lo que quieras, que el sí saldrá de mis labios antes de que pueda siquiera intentar detenerlo. Pero vos no querés el perdón porque no te importa. Lo único que querés es humillarme. ¡Por eso me mirás así! Me fulminás con esa mirada cargada de ira, de venganza. Y sabés que me hacés rabiar, que soy un tipo muy sanguíneo, y te divertís. Y me hablás despacito, como susurrando, para mostrarme que vos estás calmada y que yo soy el nervioso. Y la furia me carcome por dentro. Intento controlarme para no decir barbaridades -sé que a veces no lo consigo, pero lo intento- y vos seguís hablando despacito, muy en tus cabales, y a mí la sangre se me encabrita. Y me parece que el tiempo no pasa jamás, que nunca vamos a terminar esa conversación. O mejor dicho: que terminarás cuando me veas reventando de bronca. No sé por qué lo hacés. No sé por que me hacés esto. Sos tan...veleta. Ésa es la palabra justa para definirte. Veleta. Cambiás de posición todo el tiempo. Nadie sabe para qué lado estás apuntando. Es como si te divirtiera eso. ¡Cambiás de parecer en una misma conversación! ¡Habría que grabarte! Para que te escuches. Para que vos misma escuches la diatriba que me despachás. Te juro que sos capaz de afirmar algo con toda naturalidad y desdecirte un par de oraciones después con la misma naturalidad. ¡No me mires así porque es así! Lo hacés todo el tiempo. No te das cuenta porque no te escuchás. ¡Qué lástima que no tengo a mano un grabadorcito para empezar ya mismo! Porque ése es el problema. No te escuchás. No escuchás lo que decís. Decís lo que decís y no lo escuchás. Después me endilgás problemas de interpretación. ¡Por favor! No hace falta interpretar nada. Lo dijiste todo bien clarito. No es necesario ser un analista o un literato para entender tus circunvalaciones. Lo decís todo con pelos y señales. Porque hay que reconocer que tenés un buen hablar. Sabés cómo decir las cosas. Utilizás un lenguaje, casi diría, exquisito. Tanto gramaticalmente como de contenido, tus oraciones derrochan ingenio y coherencia. Si abordás un tema, lo desarrollás con una facilidad de palabras asombrosa. Te brotan conceptos. Se ve que sos una mina muy culta, que tenés la capacidad de desarrollar cualquier asunto con conocimiento de causa. Y eso constituye un verdadero don: el don de la palabra, el don del saber hablar. Porque cualquiera puede intentar desparramar un par de datos -de lo que sea, ¿eh?, de cualquier cosa-, pero hacerlo con el total dominio de la situación que lo hacés vos, realmente, asombra. Por eso estoy así. Asombrado. No lo puedo creer. Pienso en lo que me dijiste y no lo puedo creer.

-¿Terminaste Gutiérrez? Tenés un uno. Dejá, vos no hagas la prueba que no hace falta. Ya sabemos que no estudiaste nada para hoy. ¿Alguien más quiere seguir los pasos de Gutiérrez? Bien, entonces, como dije antes de la interrupción, saquen una hoja: prueba sorpresa.