domingo, 18 de febrero de 2007

El problema de las minas.

-Yo pienso que a las minas, a todas ¿eh? -aclaró con énfasis, levantando levemente el dedo índice de su mano izquierda- el culo les resulta un problema. Por eso tardan tanto en vestirse.
Con esta sentencia, el Tano instaló el tema con su habitual y profundo sentido filosófico. Se sacó los lentes, se alisó la suavemente la nariz a la altura donde la montura le hace dos pequeñas muecas rojas, y se volvió a colocar los lentes. Todos sabíamos que ahora daría paso al desarrollo de su teoría. No hizo falta pedirle que continuara.-¿Sabés por qué? -recorrió con la vista a todos los presentes, que aunque tuvieran su propia teoría no iban a abrir la boca.
-Porque saben que siempre les van a mirar el culo. Gordas, flacas, viejas, pendejas. Se encuentran con alguien, de cualquier lado (la facultad, amigos de la infancia, su jefe, incluso con sus amigas mujeres), y en el momento justo que ella gire, vaya o se descuide, aprovecharán para pispearle el culo, sacarle rápidamente una radiografía. Es una parte de la anatomía que ejerce un poderosa atracción en la mirada, los ojos van hacia allí sin remedio. Por eso es que no se pueden poner cualquier cosa. No les pasa como a nosotros, que te ponés un jean que te queda grande, como si te hubieras cagado encima y no pasa nada. No. Es más complicado.
-Peor si no tienen tetas -acotó Ramón desde la otra punta de la mesa, y se hizo un silencio breve, mínimo, como si se hubiera roto algo o alguien le hubiera escupido el asado a alguno.
De los ocho tipos que nos juntamos todos los jueves a la noche, Ramón es el más nuevo de la mesa. Es un chico joven, que se prendió porque vino un par de veces con el Rafa, un histórico, y quedó. El Tano es la voz cantante. Y entre las muchas reglas no escritas que tenemos, quizá la más básica, la más clara de todas es no interrumpirlo cuando desarrolla su cuidada filosofía. En algún momento terminará con su exposición y dará paso a la intervención del resto, dejando abierto el debate para la intervención de todos.
Pero Ramón se mandó sin freno, sin luces y temimos lo peor. Sin embargo, el Tano recogió el guante elegantemente, como si las palabras de Ramón fueran parte de su propio repertorio, un repertorio que tal vez por la imprudencia del más nuevo de los integrantes de la mesa se adelantó a los hechos.
-¡Exactamente! ¡Es mucho peor para las minas que tienen pocas tetas! Porque para ellas, su máximo exponente de seducción es el culo. Y no pueden descuidar ese wing. Es como si el mejor de tu equipo la revolea cada vez que la tiene. ¡No tenés chances de ganar el partido! Y ojo que no estoy hablando de un levante, ¿eh?. Estoy hablando del día a día. Una mina se levanta para ir a laburar y sabe que tiene que quemarse la sesera pensando cómo lucir o disimular lo bueno o malo que tenga su culo.
-Salvo que tenga unas gomas que rajan la tierra -metió el bocadillo Ramón, monotemático.
Ahora sí la cosa se complicaba. El Rafa lo tomó levemente del brazo, en clara señal de retirada. El Tano le lanzó una mirada furibunda, que luego pasó sin escalas hacia el Rafa, como haciéndolo cargo de los dichos de su amigo. Ramón no se dio por aludido. Estaba entusiasmado con el tema, y el Tano lanzó una sonrisa socarrona. Pensó que tal vez ese entusiasmo lo hacía cometer "pecados de juventud". Retomó como si nada hubiera sucedido.
-Les voy a poner el ejemplo de una mina que labura en mi oficina. La pendeja tendrá unos 27 o 28 años. Buen lomo, siempre arregladita, linda mina. Entró hará unos dos meses. ¡El revuelo que se armó en el gallinero! ¡Imaginate! La nueva, para empezar, tiene ropa nueva. Y este no es un detalle menor. ¿Ustedes se dieron cuenta cómo llama la atención una mina nueva, sobre todo al principio, cuando está todo por descubrirse? Y la ropa ayuda mucho. Porque vos ya sabés que ésta viste siempre de marrón, aquélla se pone unos pantalones ajustados, ésta otra viene siempre con lo mismo. Pero una mina nueva, genera un descubrir cotidiano, algo que con la gente que uno ve todos los días, pasa muy de vez en cuando. Un "¡Upa! ¡Mirá qué bien le queda el violeta!" o cosas como "¡Ahá! ¡No la tenía tan bien de gambas a ésta!".
El Tano tiraba sus comentarios, siempre ingeniosos, pero esta vez nosotros no podíamos concentrarnos a pleno en sus dichos: estábamos esperando la próxima intervención de Ramón. Supongo que el Tano también, porque pasaba la vista por todos, pero en él se detenía especialmente, unos microsegundos más, como para inhibirle cualquier comentario. Ramón seguía imperturbable, embelesado con el tema, con una sonrisa boba.
-Siguiendo con el ejemplo de la mina de mi laburo -prosiguió el Tano-, aunque no sea una diosa infernal, es nueva, y con esa virtud pasa sin proponérselo a ser la rival de todas las minas de la oficina, y a la vez el azúcar por donde revolotean todos los moscardones. Que te muestro cuál es la máquina de café que lo hace más rico, que te ayudo a configurar tu correo, y todo lo que se le puede ocurrir a un chabón en plan de acercamiento. Y las minas, que aunque se lleven como el ojete entre ellas, cuando encuentran un enemigo cierran fila y hacen causa común, aprovechan para matarla cuando Luisita (¿les dije que se llama Luisita?) va al baño. La destrozan. Que la pintura, que la voz...¡Le critican la voz! ¡Qué se yo! La hacen puré en su ausencia, pero cuando ella llega, otra vez a caretearla.
-Tano, una preguntita -soltó Ramón.
-Sí querido. ¿No me digas que me vas a preguntar si Luisita tiene buenas gomas? -vociferó el Tano, codeando a Julio que estaba a su izquierda, mientras lanzaba una carcajada estentórea, que se iba propagando entre nosotros como esos juegos de fichas de dominó puestas de canto que caen formando figuras.
Si bien la risa festejaba la ocurrencia del Tano, también tenía la firme intención de tomar partido a su favor. Él hablaba, él contaba los chistes, él daba el pie para reír. Pero Ramón decidió atragantarnos la sonrisa.
-No sé por qué se ríe.-De repente, Ramón se puso serio. Y contagió esa expresión en el resto de la mesa. -Para mí lo que usted cuenta tiene un sentido si la mina tiene tetas para lucir -hizo un gesto curvilíneo en el aire- y otro completamente distinto si no las tiene -cerró con otro gesto, diferente al anterior.
El Tano mantenía la boca cerrada, pero del lado derecho de su cara, la mejilla le latía. Apretaba y aflojaba los maxilares nerviosamente, y eso, sumado al incipiente color púrpura que iba tomando el resto de su rostro, auspiciaban un desenlace dramático. De sus ojos salieron refulgencias que iluminaron la cara de Ramón. Todos esperábamos, al igual que en un día de tormenta, el vozarrón atronador del Tano de contragolpe. Y llegó nomás.
-Escuchame una cosa, nene. -Primer golpe: descalificar al rival a cualquier precio. En una mesa de hombres, la juventud se paga. Siguió el Tano: -¿Tu mamá no te dió la teta y te generó un trauma? -Segundo golpe: la vieja. Si te metés con la vieja... El Tano fue por su tercer golpe consecutivo: -¿Qué carajo tiene que ver el culo con la teta? ¿Me estás forreando, me estás? ¿Querés hacerme calentar? Porque si querés hacerme calentar con esas boludeces, te cuento que te falta calle, ¿me entendés? -El tercer golpe, más bien, fue en contra. El Tano pretendió asustarlo, minimizarlo con un bocadillo de supuesto control y experiencia versus nervios de novato, pero lo dijo a los gritos, casi fuera de sí. Y encima Ramón permanecía inmutable.
-Pero ¿cómo se le ocurre Don Tano? ¿Yo hacerlo calentar? -El tono que eligió Ramón, se sabe, hace calentar a cualquiera. Si en el medio de una discusión, te plantás con un tono monocorde y sutil, exacerbás el enojo ajeno. Ramón manejaba muy bien estos recursos, porque siguió jugando su papel de inocente sin mosquearse.
-Lo mío es pura curiosidad. Porque de verdad me parece que es import...
-¡No es importante, nene! -interrumpió el Tano. Golpeó la mesa, no con ánimo de romper nada, sino más bien sabiendo que con las mesas un poco devencijadas del bar, el golpe haría tronar las cucharitas, los pocillos y los vasos, agrandando así el efecto sonoro del puñetazo.
-Si fuera importante, te lo diría yo mismo, ¿entendés? ¿O ahora me vas a decir vos lo que es o no es importante? ¿A vos te parece que si fuera importante no lo mencionaría? ¡Si estoy hablando de eso, querido! ¿Vos te pensás que doy detalles (algunos muy privados) para irme por la ramas, y no me detengo en lo importante?
-De ninguna manera, señor Tano. De ninguna manera. Simplemente quería colaborar con su comentario, porque me pareció que todos acá, en la mesa, nos estábamos preguntando lo mismo, ¿no? -Ramón recorrió nuestras miradas y acompañó sus dichos con un ademán que se podía interpretar como que hablaba en nombre de todos. Es decir: que todos pensábamos como él. Es decir: que todos estábamos contra el Tano. El Tano movió ligeramente la boca, hizo un chasquido breve, un resoplido y se dispuso a responder, acusando el golpe. Pero el Rafa habló primero.
-Me parece que estamos meando fuera del tarro -tiró, sabiendo que esa frase híbrida no le provocaría mayores riesgos. -Ramoncito, querido, lo que el Tanito quiso decirte, por lo que entiendo yo, es que en este caso, en este caso puntual de la chica que trabaja con él, el tema de si tiene o no tetas grandes no tiene la menor importancia, no viene al caso. ¿Me explico? -El Rafa había asumido la negociación entre las partes, adoptando un tono conciliador que no reparaba en diminutivos, tal vez porque las palabras dichas así parecen menos peligrosas. -Por otro lado, Tanito, me parece que lo que Ramoncito quería es imaginarse un poco más a esta chica...¿Cómo es que se llama? Ah, sí, Luisita. Todos intentamos imaginarla a medida que vos contabas tu historia, y nos faltaba un detalle importante, Tanito. Calculo que este mal entendido no nos va a privar del final de la historia, ¿verdad Tanito? -sentenció el Rafa, y volvió a apretar el brazo de Ramón para que se quedara en el molde.
El Tano se acomodó el cuello de la camisa, torció la boca con un balanceo de cabeza como diciendo "no" repetidas veces, y se acomodó en la silla para seguir con su relato. Parecía que la paz volvía a la mesa.
-Está bien, no pasa nada. Sigo con lo que les decía. Luisita, entonces, tiene dos temas de qué preocuparse a la hora de vestirse. La primera, es saber que mientras se mantenga su condición de nueva, mientras no conozca bien con qué bueyes ara, tiene que caerle bien a todo el mundo, sea hombre o mujer. Entonces, debe seleccionar vestuario apropiado: ni muy perra ni muy insulsa. Pero a la vez, tiene bien presente que el culo es un lugar de obligado repaso visual a la hora de estar frente a ella.
-¿Es rubia?
Ramón, otra vez, acometía con sus dudas. Todos murmuramos algo al unísono, como cuando en la escuela alguien le falta el respeto a la maestra y todo el aula comenta por lo bajo algo relativo a lo que se viene. El Tano, pareció desconcentrarse.
-¿Quién?
-¿Cómo quién? La mina.
-¿Qué mina?
-Tu mina. ¿Qué mina va a ser? La mina a la que le mirás el culo todo el día.
El Tano se levantó de golpe y arrastró parte del mantel, tirando al piso dos o tres pocillos, un agua mineral y las cucharitas más cercanas a la ventana. Todos nos corrimos hacia atrás, amagando a frenar al Tano, pero con la firme intención de no impedir que lo embocara a Ramón. El Rafa sostenía a Ramón que encabritado comenzó a gritar como loco.
-¡Pajero! ¡Viejo pajero! Ya me contó Luisita que había un viejo choto que le miraba el orto como si la quisiera violar ahí mismo! ¡Y ahora me vengo a enterar que sos vos! ¡Pajero de mierda!
La sorpresa recorrió a los presentes. El Tano se vió tan desbordado, que fue como si lo hubieran empujado vestido a una pileta. Se quedó duro, sin réplica. Sólo susurraba un "¿Vos? ¿Vos sos..?" que acompañaba con el índice de su mano derecha apuntando a Ramón. Ahora sí, todos colaborábamos con el Rafa para impedir que Ramón lo surta al Tano, que estaba entregado, muerto de vergüenza.
-¡No sabés las cosas que dicen de vos las otras minas! ¡Luisita me contó todo! ¡Todo me contó! ¡Que te acercás a todas haciéndote el importante y las manoseás, como disimulando! ¡Que cuando te saludan tienen que ponerte la nuca, porque si ponen la mejilla vos le corrés la boca y les dejás hasta saliva! ¡Me contó todo, viejo pajero! Pero a Luisita no te le acercás más, ¿me entendés? No te acercás más porque vas a tener que ir al Pami para que te cosan los huevos porque te los voy a arrancar.
El Tano se había sentado mientras todos forcejeábamos para detener a Ramón que seguía con ganas de irse al humo. La mesa que él ocupaba estaba alejada de la silla, por lo que quedó sin lugar para sostenerse, con el cuerpo inclinado hacia adelante y los brazos llovidos hacia los costados. Me pareció ver un brillo finísimo en sus lagrimales, a punto de explotar, contenidos con un amor propio muy poderoso.
-Ramón, debe haber un error, ¿nocierto Tano? -Rafa intentaba recuperar la calma, tomando otra vez a su cargo la misión diplomática. -¿Tano? ¿Me oís? ¡Tano! ¿No es cierto que Ramoncito está equivocado? Debe ser una confusión. ¡Mirá si justo la mina que vos pusiste como ejemplo -subrayó la palabra ejemplo, buscando atenuar la ira de Ramón- va a ser la novia de Ramón! ¡Es una locura!
-Es cierto -dijo, seco, el Tano. -Ella me dijo algo de un novio, ahora que me acuerdo creo que hasta me dijo el nombre. ¿Pero cómo mierda voy a saber yo que es la mina de este muchacho?.
El Tano estaba en franca retirada y no quería encender la mecha. Por principios, nunca se metería con una mina de uno de los integrantes de la mesa. Esto para él fue un mazazo. Todos, incluídos Ramón, veíamos a un hombre derrotado y, ya sin la efervescencia del principio, la calma volvió a la mesa. Nos sentamos, acomodamos las cosas desparramadas y nos quedamos unos interminables minutos en silencio, mirando al Tano, que permanecía hundido en sus pensamientos. Al cabo de un rato, Javier, el mozo, se arrimó a colaborar para poner todo en orden.
-Bueno, ahora que están más tranquilos me podrían decir a qué se debe tanto alboroto.
-No pasa nada, Javier, un mal entendido.-aclaró el Rafa.
-¿Y quién es la Luisita ésa?
-Es la novia de Ramón. Dejálo así, Javier, ya está.
-¿La novia de Ramón? -gesticuló Javier, entornando los ojos como haciendo memoria. -¡Ah, ya sé! ¡La tetona!